“Y en esto, descubrieron 30 o 40 molinos de viento que hay en aquel campo...”. Así comienza uno de los pasajes más recordados del Quijote, visualizando esos estandartes manchegos por antonomasia, como los célebres de Criptana, Alcázar y Herencia, conservados gracias al empeño de sus ayuntamientos y vecinos, celosos de su identidad.
En las cumbres serranas y en algunos cerros donde el aire cobra más fuerza se construyeron a partir del siglo XVI para aprovechar la energía del viento y transformarla en energía mecánica para la molienda.
Hoy, además de su atractivo visual sobre la llanura, asumen una función museística, con contenidos etnográficos, literarios e incluso con fondos pictóricos, como el Mueso Molino de “Gregorio Prieto” en Valdepeñas, el más grande de todos, construido en los años cincuenta.